Japón. Encuentro con la otredad

Japón.  El encuentro con la otredad

Una visita a Japón no pasa desapercibida.  Las interminables horas de avión para llegar al destino, el extraño manoseo del tiempo, las horas ganadas o perdidas, la cantidad de kilómetros acumulados, la sensación de llegar a uno de los lugares más ajenos.  Todo contribuye a sentirnos frente a lo nuevo, lo desconocido, lo más extranjero.

Son muchos los sentimientos que nos inundan, las preguntas, la curiosidad entremezclada con la angustia de saberse diferente, de ignorar los códigos básicos para cualquier intercambio.  Este imperio de los signos –como decía Barthes- se nos impone con cientos mensajes que no sabemos descifrar.  Las letras, que evidentemente no entendemos, dicen tan poco como las miradas, la lengua, las formas, los gestos.  El mundo transcurre a nuestro lado, no nos ignora –lo que ya implicaría la negación de una presencia-, simplemente es como si no existiéramos.

En ese territorio marcado por la distancia cultural, aparece un punto de contacto hoy presente en todo el planeta: la publicidad norteamericana.  Algunos espectaculares en las terrazas de los edificios, promueven orgullosos los beneficios del tabaco. Por los suelos, en una tienda que ofrece cientos de mercancías, sólo podemos descifrar el tan conocido mensaje de una empresa transnacional de refresco, además de algunos números.

Caminando por alguna calle brutalmente urbana, descubrimos otro lugar común: el mercado de la tecnología.  Comercios de todos los tamaños enseñan sus miles de productos: celulares, televisores, equipos de sonido, computadoras, relojes, en fin.  Están todas las marcas que conocemos, todos los precios, las calidades, las funciones, los tamaños.  Lo que necesitamos y lo que no; lo importante y lo banal.

Y de por medio, entre tanta gente, está el hombre que medita sobre un banco, la chica que se quitó el kimono y se pasea con botas negras a la moda por un centro comercial, la señora que va en bicicleta, el padre que juega con su hijo con un coche a control remoto, la pareja que vive sus mejores momentos en la vía pública, las amigas que le dan de comer a un perro como si fuera un bebé.

Y entre las distancias, la vida cotidiana tiende un puente entre este mundo y el mío.  En sus rostros ahora veo situaciones similares, imagino historias, construyo vínculos, encuentro sentidos.  Tenemos algo en común que no es solo la publicidad o el último “chip”, sino la experiencia sencillamente humana.